Tribuna

Francisco j. Ferraro

Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

La preocupación por el cambio climático eclosiona

La preocupación por el cambio climático eclosiona La preocupación por el cambio climático eclosiona

La preocupación por el cambio climático eclosiona

La coincidencia en el tiempo reciente de diversos acontecimientos ha propiciado un notable aumento de la preocupación por el cambio climático en el mundo. Por una parte, por la publicación de los informes científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, que han puesto de manifiesto el aumento de la velocidad de deshielo de los polos y glaciares y los riesgos para muchas áreas pobladas del aumento del nivel del mar, a lo que se suman nuevas noticias sobre el emponzoñamiento de los océanos, la desaparición de especies, de otros recursos naturales y de ecosistemas. Por otra parte, el fenómeno Greta Thunberg, la adolescente sueca que con su denuncia ha impulsado un movimiento juvenil que ha movilizado a millones de personas de 150 países, promoviendo huelgas y manifestaciones en más de 2.000 ciudades el 15 de marzo y el pasado 27 de septiembre. Algunos cuestionan que una adolescente pueda liderar un movimiento mundial, pero Greta simboliza la conciencia de la generación que sufrirá con más intensidad los efectos del cambio climático y la degradación ambiental, y expresa la frustración de los jóvenes por la pasividad de la mayor parte de los adultos y de los políticos. El tercer factor ha sido la Cumbre del Clima, convocada por Naciones Unidas con el objetivo de elevar los compromisos de reducción de la emisión de gases de efecto invernadero. Una cumbre que, si bien no ha sido un éxito por la negativa de Estados Unidos, China, la India y otros países relevantes a asumir compromisos de reducción de emisiones, si ha sido apoyada por otros muchos países y ha servido para dar a conocer nuevos informes de expertos.

Lo cierto es que estos hechos han encontrado un enorme eco en el mundo gracias a los medios y las redes sociales, lo que ha propiciado que los problemas ambientales pasen de ser un asunto más de una larga lista de los que alguna vez debemos ocuparnos a un problema que debe afrontarse con urgencia.

Para llegar a esta conciencia han sido necesarios muchos años de investigación científica que han puesto en evidencia la finitud de numerosos recursos naturales, las implicaciones de la contaminación atmosférica y de los océanos, la responsabilidad humana en el proceso y la incompatibilidad de muchas de nuestras formas de producir y consumir con la sostenibilidad ambiental. También para llegar a esta conciencia ha sido necesaria la larga lucha del ecologismo para sacar a la luz las restricciones ambientales de nuestro estilo de vida, para denunciar los casos más flagrantes de atentados ecológicos y para forzar la intervención política con medidas de prevención y corrección. Una intervención pública que es imprescindible porque el mercado es incapaz de resolver los problemas ambientales, ya que las implicaciones de la producción y las formas de vida que perjudican al medio ambiente son "externalidades negativas" que no se integran en la contabilidad de las empresas ni de los ciudadanos que las provocan, por lo que son necesarias normas y políticas para la prevención y corrección de los problemas ambientales.

Conscientes de que los recortes de emisiones de gases de efecto invernadero acordados por los países firmantes del Acuerdo de París son insuficientes para evitar el aumento de la temperatura en el planeta, setenta países se han comprometido a reducir las emisiones en la Cumbre del Clima para que el aumento de la temperatura no llegue a dos grados centígrados, y para que en 2050 el dióxido de carbono expulsado a la atmósfera sea igual al capturado por la vegetación.

La aplicación de estos compromisos exige nuevas estrategias nacionales que afectarán a nuestro sistema de producción, lo que determinará la inviabilidad de empresas y actividades económicas y el encarecimiento de la producción de otras, por lo que, aunque nuevas actividades y empleos se crearán con formas de producción más ecológicas, puede significar una disminución del empleo y de la renta con desigual impacto territorial.

Por todo ello, las transformaciones necesarias para un futuro medioambientalmente sostenible no son sólo responsabilidad de los acuerdos internacionales y de las normas aprobadas por los gobiernos nacionales, sino también, y especialmente, de los ciudadanos en su conjunto y singularmente. Por una parte, porque exigirán cambios de hábitos en los estilos de vida y consumo, que van desde las formas de transporte y su intensidad, hasta la forma de alimentación o el reciclaje de bienes de uso duradero. Y, por otra parte, porque los costes sociales de la transición ecológica se convierten en costes políticos, por lo que ningún gobierno abordará reformas sustanciales si no están ampliamente compartidas por la opinión pública.

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