Kant propugnó, en su Crítica de la razón pura, el pensamiento libre, desterrando dogmas y prejuicios, ya que éstos anulan la razón nublándola con ideas fijas. Sin embargo admite la necesidad del conocimiento previo y reconoce la causalidad como un concepto necesario y universal pero solo si proviene de la experiencia. Sus principios, expuestos en el siglo XVIII, tuvieron una enorme influencia en el pensamiento de la humanidad y establecieron los fundamentos de la modernidad: universalidad, igualdad, individualidad y autonomía. Sin embargo, en el siglo XXI, estamos asistiendo al desarrollo de un pensamiento globalizado cuya tesis podríamos titularla Crítica de la sinrazón pura. El pensamiento libre, sin dogmas ni ideas fijas preconcebidas, ha dejado de existir y ha sido sustituido por consignas, directrices basadas en la mercadotecnia, sugerencias dictadas en las redes sociales por ignorantes “influencers” o por slóganes paridos en los gabinetes de líderes políticos indiscutidos que repiten sus fanáticos adeptos.

Estamos asistiendo a una degradación generalizada del pensamiento y, por ende, de la vida pública que se manifiesta en una evidente mala educación, una dialéctica grosera en la que afloran los insultos, unos comportamientos indecentes en cargos públicos y un pueblo indolente que lo acepta todo como si nada fuese con ellos. Pero la responsabilidad de lo que ocurre en la res pública recae siempre sobre el que gobierna. Son ellos los primeros que han de dar cuenta de sus actuaciones. Cuando gobernó el PP fue castigado tanto en las urnas como en los tribunales por el fango en el que se habían metido con la corrupción. Ahora gobierna el PSOE y son sus dirigentes en el Gobierno los que han de dar cuenta al pueblo. Hay que exigirles lo que machaconamente decía el emperador Claudio en sus memorias apócrifas, noveladas por Robert Graves bajo el título de Yo Claudio: “Que toda la ponzoña que acecha en el fango salga a la superficie”. Eso es lo que deben hacer quienes gobiernan, aunque les afecten a ellos. Así se lo exigieron al PP cuando gobernaba y le castigaron con una moción de censura. Para vergüenza del PSOE, el fango lleno de ponzoña, ahora les llega hasta el cuello.

En cuanto a la educación y al saber estar y hablar, no se puede permitir que un ministro provoque un conflicto diplomático por insultar al presidente de otro país. Es imperdonable nombrar ministro a un individuo de la catadura que tiene el de Transporte y Movilidad. Si Calígula nombró senador a su caballo Incitatus, Pedro Sánchez ha nombrado ministro a Oscar Puente. Y no lo digo con intención de ofender (a Incitatus), lo digo con “animus iocandi”. Ese energúmeno que lleva el insulto en la boca por norma, que hasta se atreve llamar al presidente del Gobierno “el puto amo” no puede ostentar cargo público alguno. Me pregunto cómo llamará, si llega a la presidencia, a Mª Jesús Montero, ¿“la puta ama”? Oscar Puente es denigrante para España y su Gobierno. Es urgente acabar con esta filosofía de la sinrazón pura. Hay que volver a la dialéctica basada en principios éticos donde se contrapongan las ideas democráticamente, desechando el “todo vale” que solo conduce a la crispación y al nacimiento de bandos antagonistas. Nadie ganará lanzando al pueblo consignas guerracivilistas. Derribemos los muros y desterremos el odio de España. Amén.

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