Una sorpresa llena de perplejidad sacude España: Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno, podría presentar su dimisión o continuar en el cargo el próximo lunes. Nadie lo sabe. A través de una carta a la ciudadanía escrita por él personalmente, pone de manifiesto su deseo de meditar la decisión de seguir a la vista del acoso mediático de la derecha, sobre todo, a partir de una demanda de dudosa credibilidad presentada por ‘Manos limpias’ sobre tráfico de influencias presentada contra su mujer, Begoña Gómez.

La demanda se basa, sobre todo, en titulares e informaciones de algunos medios de comunicación y amplificadas por denuncias falsas en los tribunales de un pseudosindicato de extrema derecha, Manos Limpias, habituado a presentar querellas contra el Gobierno o el PSOE, que siempre acaban archivadas. La estrategia de Steve Bannon , Flood the zone of the shit, siempre es eficaz y, en este caso, propicia un típico caso de ‘lawfare’.

Es evidente, que a Sanchez la cuestión personal le afecta. Daniel Innerarity, en una entrevista en El País revela que Sánchez le habló hace un mes de “dolor y rabia” por los ataques a su mujer. El conocido filósofo politico afirma que “hay que tomarse en serio la posibilidad de una dimisión”. Frente a la posibilidad del ‘hasta aquí hemos llegado’, sus partidarios ven en su continuidad un reforzamiento de la unidad interna tanto en el PSOE como en sus socios de coalición –con la excepción de la siempre discordante Junts, que hasta discutiría su apoyo en una posible cuestión de confianza-, mientras que sus críticos piensan que es la enésima estrategia de su funambulismo político y elevan los rasgos del personaje a verdadero príncipe de las tinieblas: una suerte de Macbeth y Ricardo III, una mezcla entre el Señor Presidente (Miguel Ángel Asturias) y Yo El Supremo (Augusto Roa Bastos). Sus rasgos: egocéntrico, mentiroso compulsivo y sin principios, estratega de lo posible y de lo imposible a cambio de mantenerse en el poder.

Aunque en este país hay una tendencia a acuñar, para algunos presidentes, un régimen con denominación de origen e incluso hasta un caudillismo propio, como el felipismo y el aznarismo, Sánchez no tuvo que esperar tanto. Desde que llegó al poder la derecha y sus críticos crearon el sanchismo: una suerte de personaje, de liderazgo, de estilo de gobernar que ha sido desde entonces una de las claves del análisis político crítico y refugio de la oposición de la derecha en nuestro país.

Al final, perdemos la referencia en lo verdaderamente sustantivo: lo importante no es el sanchismo o el antisanchismo. Lo importante en España hace tiempo, no nos engañemos, es la pregunta de ¿Quién gobierna? o si quieren ¿Quién manda aquí? y hacer política para resolver los problemas de los ciudadanos o para realizar un proyecto de país resulta secundario. La bronca se ha instalado en las tribunas, la polarización en los medios y en los partidos y el necesario consenso para gestionar los conflictos en nuestra democracia ha desaparecido.

Muchos dijimos que esta legislatura sería de una gobernabilidad difícil e incluso que podría ser corta pero no podíamos imaginar que el tono político y el desencuentro absoluto de la vida política española hiciera que acabara así. No podemos saber lo que hará Sánchez el lunes pero, sin duda, es una decisión difícil y, no sólo es estratégica, a veces, lo personal también es político. Hay razones para la dimisión y también para continuar. Veremos cómo sale Sánchez de su laberinto.

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