Esta semana tuvimos un inesperado retorno al género epistolar entre Nuñez Feijóo y Sánchez. Lejos de Carta a una desconocida, que cuenta la historia de un escritor que recibe la carta de una mujer que no reconoce y que ha estado enamorada de él toda su vida, y al contrario que en la novela de Stefan Zweig, nos encontramos a dos viejos conocidos que no escuchan y, desde luego, no están dispuestos a ponerse de acuerdo.

La verdadera razón del desacuerdo no es el uso de las cartas como medio de comunicación o lo que ellas expresan y podemos interpretar: el uso del tuteo, el rechazo de la propuesta por parte de Sánchez, el tono de ambos, la mera exhibición en ellas de posturas partidistas ya conocidas, impuestas por la aritmética electoral y las negociaciones. Resulta difícil ponerse de acuerdo cuando la oposición al Gobierno ha sido tan dura durante una legislatura tan compleja y necesitada de consenso como ésta –crisis económica, pandemia, guerra de Ucrania o el volcán de la Palma de 2021– y una campaña electoral se ha basado en el slogan: “derogar el sanchismo”.

Lo que es evidente es que este país necesita un gran pacto de Estado no sólo para la gobernabilidad de hoy si no, en general, para los grandes temas de estado –la educación, la sanidad, la administración, el modelo territorial del Estado y la economía, entre otros posibles– que evite, precisamente, derogar pendularmente el legado de cada Gobierno cuando éste acaba. Y, por tanto, sería bueno un entendimiento fluido entre los dos grandes partidos de la izquierda y la derecha, pero para eso tendríamos que retroceder a una dinámica política previa a 2015, es decir, antes de la moción de la censura que acabó con el gobierno de Rajoy y de las elecciones de 2018 en que obtuvo el gobierno Sánchez.

Más allá de la aritmética y de la forma –gobierno de gran coalicion o grosse koalition o gobierno de concentración– de lo que se trata es de intentar mitigar la polarización entre los dos bloques que padece la política española, equilibrando el peso de los partidos nacionalistas en la ecuación de los pactos por la gobernabilidad y en la consecución por las mayorías. Hoy por hoy, esas fórmulas parecen muy lejanas porque la desconfianza entre el PP y el PSOE va mucho más allá de escaños y estrategias.

Por ello, la literatura epistolar no deja de ser más que un brindis al sol que sólo ha servido para exponer públicamente las posiciones ante una oferta y fracaso de diálogo. Para alcanzar un acuerdo sobre un tema de esta importancia se requieren otras formas y mucha más privacidad. Como me decía mi amigo y compañero de columna, Jorge Hernández, antes –e refería a la época de Aznar en la que tuvo responsabilidades políticas con el PP– si dos políticos querían llegar acuerdos sobre temas importantes se llamaban, fijaban una reunión, se reunían e intentaban llegar a acuerdos. Si era sobre un tema importante como éste, quizá en un lugar discreto y con negociaciones alejadas de los medios de comunicación. La sintonía personal ayudaba. A veces, las comidas eran lugares propicios para avanzar las negociaciones. Quizá los políticos de hoy con las redes sociales sean distintos y hagan las cosas de otra manera. Ante el fracaso de unas cartas, seguiremos atento a las negociaciones.

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