La aldea almonteña ha respirado fe y devoción a raudales en la víspera del encuentro en las calles con la Patrona. En las horas previas a la salida procesional de la Blanca Paloma, cientos de miles de romeros han inundado las inmediaciones del Santuario para disfrutar de una jornada marcada por el buen tiempo y la "tensa calma" que produce el esperado salto a la reja.
Tras la Misa Pontifical, con la participación de las 127 hermandades filiales, personas de todos los puntos de España e incluso de Europa, se han congregado en la aldea para cantar, bailar y festejar el culmen de la romería más universal.
Las 127 hermandades filiales, todas ellas recibidas por la Matriz entre el viernes y el sábado, participaron por la mañana en la Misa Pontifical, un acto que las une a todas en torno a esta devoción mariana, y que ha sido seguida por muchos devotos que, a título personal, han querido acercarse a la aldea para participar en la Eucaristía. Al término de la misma, llegaba la explosión de alegría y la parte más festiva. Las casas de la aldea se han vuelto a llenar de peregrinos. Hermanos, amigos y también visitantes desconocidos que en días como estos se dan la mano y estrechan lazos sin importar más que un sentimiento: el rociero. Un sentir que crece con el tiempo y perdura con los años sin entender de fronteras, uniendo a miles de personas dispuestas a comprobar la grandeza que tiene esta fiesta, protegida en Andalucía y catalogada como Bien de Interés Cultural.
Los patios, salones y porches de las casas de hermandad se han ido llenando de gente deseosa de compartir las costumbres rocieras y una gastronomía singular, con el más puro sabor de Huelva, en la que no faltan, normalmente, el jamón, las gambas o los aliños y guisos tradicionales. Casas que abren sus puertas de par en par a todo el que llega en un claro ejemplo de lo que caracteriza a los romeros: su hospitalidad y su generosidad desmedida.
Un ambiente festivo que da paso por la tarde, a las 20:00, a la Misa de tamborileros, carreteros y coheteros. Momento en el que los romeros se van poniendo serios para aguardar, expectantes, el señero momento de volver a abrazar a la Virgen a su paso en volandas por el Real.
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