Feria de Málaga

Feria de Málaga: La fiesta del Centro acoge la llegada de los guiris

Una joven baila verdiales bajo la portada de la calle Larios.

Una joven baila verdiales bajo la portada de la calle Larios. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Un tipo extranjero, ataviado con una camisa blanquiazul de manga corta, permanece impasible bajo la portada de la calle Larios. Sostiene un cartel numerado sobre su cabeza, paciente, a la espera de reunir al grupo de turistas que lidera. Una vez conseguido, el hombre guía al conjunto, repleto de aliados de la crema solar y las sandalias, a través de la capital, pasándose la Feria por el Arco del Triunfo y explicando en lengua anglosajona a quién pertenece la estatua que da nombre a la avenida principal de la ciudad, con todos dando la espalda a la fiesta. 

Aún era temprano para comprenderlo, en parte porque demasiados cartuchos ardieron durante los últimos días como para presentarse en el Centro pronto a sacar conclusiones. Pero esta estampa precoz, protagonizada por una oleada de foráneos, acabaría siendo la tónica predominante de la jornada, eso sí, la mayoría de los visitantes, en contraposición a los anteriores, acabaron entregándose por completo a la Feria. 

Ante la coyuntura, resultó suficiente con olfatear el rastro de los visitantes cual sabueso para ver en qué se las gastaban. En la terraza de Pepa y Pepe, cuatro ingleses, con más de 60 tacos de almanaque amortizados cada uno, llevaban, animadísimos, tres jarras de sangría de litro antes del mediodía. Más difícil sería averiguar cómo se les daría la cosa después, porque no parecían en disposición de despegarse de allí por mucho tiempo. 

Más agitado, aunque sin dramatismos, discurría el asunto en la caseta de San Miguel, como siempre bien ambientada dada su céntrica ubicación, con otros dos turistas, priva en vena por lo menos desde la víspera, dando gritos ininteligibles al oído sobrio y encaramados a la plataforma que da vueltas al móvil para hacer vídeos a 360 grados. Cosa que recibía una mirada de reprobación de un paisano bien entrado en la tercera edad, de párpados hinchados y perfil senatorial, que renqueaba por la zona ayudado de su bastón. 

Empleados sirviendo cerveza en una caseta del Centro. Empleados sirviendo cerveza en una caseta del Centro.

Empleados sirviendo cerveza en una caseta del Centro. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

También hubo entre los foráneos, claro, quienes se preocuparon por impregnarse de lo que se puede hacer en Málaga, con Feria o sin ella, como un grupo de mujeres rubísimas que se animó a probar las almendras garrapiñadas, lanzando antes a una de ellas a explorar, no fuera a ser que aquello estuviera incomestible. Otro tipo, éste con apariencia de llevar una semana andando por el Sáhara, blandía con orgullo una tarrina de Casa Mira que acompañaba, ay, de un trozo de pan de semillas de supermercado... 

Algunos lugareños actuaron ipso facto visto el desembarco de extranjeros. En la calle Nueva, por ejemplo, justo en la puerta de la Iglesia de la Concepción, un retratista se adelantaba al vendedor de inciensos que permanece en la zona todo el año, captando a una chica del norte de Europa como modelo, imposible saber de dónde porque no separaba los labios, que aguantaba estoica con sonrisa forzada de Gioconda. 

Aunque todas las acciones, al cabo, acabarían difuminadas en el mar festivo habitual, colmado de arte, palmas, verdiales, sevillanas y demás prácticas folclóricas que cada día se reivindican más en contraposición al desplome de la bullanga y la jarana. De manera que las distintas agrupaciones prosiguieron la tarde con su contumaz aporreo de cualquier superficie lisa que se prestase a la diversión sin lastimarse los juanetes. 

Una joven se coloca una flor en el pelo. Una joven se coloca una flor en el pelo.

Una joven se coloca una flor en el pelo. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

La Feria, de todas formas, acabó haciéndose larga para algunos. Aún quedaba de sobra para la hora límite cuando un grupo de ancianas capitulaba. "Pues ahora me han puesto un nuevo tratamiento para el riñón y estoy divina", presumía una de sus integrantes ni corta ni perezosa.  

En la plaza de la Constitución, los congregados desbordaban salud (mañana seguramente menos) y hambre de celebración, saltando y festejando al ritmo de lo que le echasen por los altavoces, preservándose más que vivo el espíritu del vino y sus efectos amorosos, que resultaron visibles, entre multitud de casos, en una pareja que se besaba apasionadamente, ella sobre las punteras de él, ante la mirada curiosa de los más enamoradizos. 

Al final, autóctonos y foráneos pudieron disfrutar de una misma fiesta, compartiendo los malagueños un trocito de su Feria con todos los que tuvieron a bien pasarse por ella. 

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