Ysin sin darnos cuenta, otro año más, ya están aquí las fiestas. Ya saben, comidas con los compañeros de trabajo, la lotería, las compras, la lotería, las reuniones familiares, los regalos y todo resulta un poco largo, la verdad. Al llegar estas fechas ya hemos pasado por una dosis tremenda de compartir socialmente y parece que el espíritu de la Navidad nos obliga a ser felices sin remedio. El cine, los medios de comunicación y el consumismo nos conducen irremediablemente a ello. Sin embargo, la realidad es muy otra, en estas fiestas se revela mejor que nunca el conocido comienzo de ‘Anna Karenina’ de León Tolstoi: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Atrapados entre el cuñadismo, el miedo a la soledad y la ansiedad social, las fiestas con sus comidas y reuniones familiares ponen a prueba las tensiones familiares. De hecho, las tradiciones cambian y aquellas cenas sagradas que unían a las familias, están incluso empezando a celebrarse fuera de ellas. Como fuera de casa en ninguna parte: hace tiempo que aumentan las personas que celebran la Nochebuena y la Navidad en restaurantes y, quién puede, las celebra de viaje en cualquier parte del mundo.

Las fiestas navideñas parecen más una tradición que nos recuerda el paisaje de otra época de nuestra vida, la que vivimos en familia cuando todavía éramos niños o jóvenes o después como adultos cuando nuestros hijos disfrutaban, como nosotros cuando fuimos como ellos. Un eterno retorno al aprendizaje de una tradición religiosa y que se expresaba con la celebración de la familia y el intercambio de regalos. Hoy parecen haberse convertido más en unos días llenos de compromisos familiares, ajetreo de compras, comidas copiosas y gastos excesivos. No se trata de volver a la ‘infancia recuperada’ (Savater), ni a la ‘reunión en el restaurante nostalgia’ (Anne Tyler), se trata de comprender el inevitable paso del tiempo y, desde luego, el cambio en nuestra vida y en nuestra sociedad que nos hacen percibir las cosas de otra manera.

Hay una cierta melancolía en todo esto pero entendida como algo positivo. Como afirma Joke J. Hermsen, en su libro ‘La melancolía en tiempos de incertidumbre’, ‘La melancolía tiene que ver con la conciencia del transcurso del tiempo y el carácter transitorio de la vida, que nos hace volver la mirada y ver lo que ha quedado atrás, lo que hemos perdido. Cómo dice Wilhem Schmid en Sosiego (2014), el efecto de la melancolía puede ser catártico cuando aparece en un estado de ataraxia (serenidad de espíritu) y desde esa disposición anímica de tranquilidad somos receptivos a la belleza. El arte posee muchas veces un carácter melancólico y puede ofrecer consuelo o inspirar un sentimiento de felicidad. Dicho consuelo tiene mucho que ver con la belleza, el sentimiento de solidaridad humana y la capacidad de emocionarse, pero también con una disposición a reflexionar sobre la vida de una forma más profunda’. Por tanto, si todavía se divierte viendo cada año Qué bello es vivir de Frank Capra, le gusta escuchar el Concierto de Año Nuevo en Viena…. Hay esperanza de unas navidades, eso sí, con cierta melancolía.

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