Se acaba agosto y parece que nuestra civilización occidental se convierte en el fin de nuestra Odisea particular y cada Ulises regresa a su Itaca. Paradójicamente, el final de los viajes, las vacaciones o el descanso no viene acompañado siempre de la felicidad. A primeros de septiembre surge una literatura sobre el ‘spleen’ que sentimos y mira tú por donde justo después de las vacaciones veraniegas nos recuerdan que es ahora cuando se producen más divorcios. La vuelta de las vacaciones está llena de Ulises insatisfechos.

Conviene no olvidar a aquellos que no pueden ir a ninguna parte. Hay un tercio de la población española que no puede permitirse irse de vacaciones fuera de casa ni una semana al año por motivos económicos, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). De acuerdo con su última Encuesta de Condiciones de Vida, en 2022 el 33,5% de la población no pudo salir fuera de casa al menos siete días al año, un porcentaje 0,8 puntos superior al registrado en 2021. Las comunidades donde menos personas pueden irse de viaje son Andalucía (45,2%), Extremadura (42,3%) y la Región de Murcia (41,9%).

Somos una sociedad en movimiento, nos movemos más que nunca y además con mucha más autonomía que antes. Los viejos intermediarios turísticos pierden poder ante el cliente que puede diseñar su viaje a medida, pero eso no evita el turista, ni el turismo de masas. Ahí están Florencia, La Abadía de Mont Saint Michel o las Islas Cíes como ejemplos de masificación turística o expresión de un turismo de masas que afecta poderosamente a estos lugares. Málaga tiene un modelo de ciudad que debe de cuidar su política turística para evitar este fenómeno.

La disyuntiva es: ¿Vivimos en una sociedad que recorre muchos kilómetros pero que no viaja a ninguna parte? Depende de cómo respondamos a tres cuestiones importantes: con quién viajas, el cómo viajas y a dónde viajas y, sobre todo, cómo tienes que combinar estos tres elementos en función de tus circunstancias –si viajas sólo, en pareja o en familia y, claro está, de las posibilidades económicas que tengas-. Recordemos que los escritores viajeros suelen viajar solos y, para ellos, como afirmó Bruce Chatwin, “no existe la dicha para el hombre que no viaja’ pero, además, como escribió Paul Theroux, “el viaje es fuga y búsqueda a partes iguales”. El viaje es una forma de vida y da un sentido a la vida. Es huida, pero es aprendizaje y autoconocimiento. En el mejor de los casos, como afirmó Paul Theroux, “el viaje mantiene la mágica promesa de la reinvención: que accedas al lugar de tu preferencia, para comenzar una nueva vida y no regresar nunca”. A un paraíso perdido en los mares del Sur, como Gauguin y Stevenson. Una aspiración que decepciona y además, cada vez más difícil: el mundo está muy fotografiado.

El viaje tal y como lo conciben la literatura de viajes es poco compatible con las vacaciones. No tenemos ni el tiempo, ni la libertad, ni el dinero para viajar así. En el fondo, y más allá de un puñado de escritores y periodistas, deportistas que hacen del viaje su vida y una experiencia digna de contar y ser contada. Al final, la mayoría somos turistas, con más o menos estilo, pero depende de nuestra sensibilidad, nuestra cultura, el cómo podemos vivir nuestras vacaciones. Al final, el viaje geográfico y el viaje interior depende de cada uno de nosotros. Valore lo que fue y lo que tiene. Seguro que mereció la pena y olvídese de ser un Ulises melancólico al volver a casa y a su trabajo.

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