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Decepción, polémica y esquizofrenia

  • Desencanto El Málaga empata un partido que le podría haber sacado de la zona de descenso en una segunda parte loca, bronca y atropellada Flotador Iván, que debutaba en Primera, volvió a ser otro canterano que le salva la cabeza a Muñiz

Árbitro: Rubinos Pérez (madrileño). Tras la reanudación tuvo que lidiar con un partido muy complicado y bronco. Erró al decretar penalti de Munúa a Lafita, hiló fino en las expulsiones de Paredes y Weligton y no observó un escupitajo de Apoño a un jugador del Zaragoza. Su cuarto árbitro vio una colleja de Albert Luque a Pulido.

Tarjetas: Rojas Paredes, por doble amarilla (50' y 58'), y Weligton (60'). Amarillas Ponzio (45'), Duda (64'), Fernando (76'), Albert Luque (79'), Apoño (86'), Ander Herrera (86') y Forestieri (89').

Goles: 0-1 (49') Ewerthon. El brasileño transforma un penalti mal señalizado por Rubinos Pérez a pesar de que Munúa adivina sus intenciones y llega a tocar el esférico. 1-1 (75') Iván. Córner que bota Albert Luque y el central del filial cabecea a placer tras un gran salto y una mala salida de López Vallejo.

Incidencias: Encuentro correspondiente a la decimoprimera jornada de la Liga BBVA disputado en La Rosaleda ante unos 22.000 espectadores (ayer no hubo información oficial al respecto). Se guardó un minuto de silencio en la memoria de José Pastor, padre del ex administrador concursal y actual responsable de la Fundación del club, Daniel Pastor. Terreno de juego en unas condiciones muy criticadas al término del encuentro.

Resulta francamente difícil encontrarle un adjetivo al empate del Málaga ante el Zaragoza. Hasta el descanso estaba claro, porque lo recubrían el tedio, el miedo y la incapacidad. Pero nadie se imaginaba entonces que la segunda parte se jugaría con normas callejeras y una tensión que trascendió lo deportivo. Ambos equipos se arrancaron sus camisas de fuerza (más los blanquiazules) y fruto de ello fue lo que se vio ahí abajo. El caos continuo tuvo de todo: polémica y desencanto en el gol de Ewerthon, liberación con la igualada de Iván, continuas trifulcas casi barriobajeras... pura esquizofrenia también trasladada a la grada, que ayer alcanzó su grado máximo de desconcierto con su equipo y su entrenador. Tras eso quedan un mísero empate, varias bajas para Sevilla y un mar de dudas.

Antes de llegar al minuto 49, cuando la picardía de Lafita ganó a la torpeza de Munúa y confundió a Rubinos Pérez, lo poco que había alimentado al público fue lo mejor y lo peor de Albert Luque y Fernando. El catalán era el único que no se resignaba a la rigidez del choque. Sus intentontas a veces acababan en una patada al aire o un regate mal tirado y otras en una superioridad por banda y un buen centro posterior. Lo del malagueño fue mucho más frustrante. Primero desperdició un cabezazo casi a placer tras saque de esquina y luego marró un gran servicio (precisamente de Albert Luque) al segundo palo cuando estaba casi encima de la línea de gol. Aunque Muñiz lo incrustó como mediapunta liberado en su regreso al 1-3-5-2, no fue ese jugador fresco que deleitaba en sus orígenes, y eso es porque su fútbol encara la recta final de su carrera, ya apenas se parece a la anterior. Eso sí, al menos aún le queda dignidad para trabajar en la presión del equipo. Babic, que como él se marchó sin pena ni gloria del Betis, rozó el poste izquierdo en un chut lejano para dar a la estadística algo que apuntar a favor de los maños antes del descanso.

No obstante, fueron tan intensos los 45 minutos que quedaban que nadie se puede quejar de que al partido le faltaran ingredientes. Todo comenzó con el citado fallo de Rubinos Pérez. Si Munúa se tiró mal a los pies de Lafita, luego se tiró bien al disparo de Ewerthon. El césped del que tanto se quejaría después Marcelino propició un bote que evitó la parada del charrúa.

Pero la chispa de verdad se prendió con la expulsión de Paredes. Jesús Gámez, que incorpora la pillería a su catálogo de virtudes, le buscó las cosquillas al lateral maño dos veces de la misma manera en cuestión de ocho minutos. Con 32 por delante, el espíritu de la remontada brotó rápidamente en las gradas. Antes de que se botara la falta, Muñiz quemó naves sentando de un plumazo a Juanito y Toribio (la consistencia en la medular) y rescatando a Duda y Forestieri (regates y descaro). Pasó todo eso y Albert Luque seguía delante del balón esperando el golpeo. Entonces Rubinos corrió rápidamente hacia el área y le mostró a Weligton una tarjeta del color del que se ha quedado su reputación futbolística ante toda España. Fue torpe por reincidente en la agresión (la televisión no terminó de ofrecer una toma clara del contacto) y por dejar a su equipo sin la opción de hurgar en un rival disminuido. Y Luque seguía con los brazos en jarra.

Lo que ocurrió luego contravino todas las reglas posibles. Las de la lógica, ya que fue Iván, un central que debutaba en Primera, quien volviera a sacar al técnico las castañas del fuego (ya lo han hecho tres filiales este año). Las de la entereza del entrenador: dos minutos después el gijonés llamó a Helder al banquillo y parecía que iba a entrar, La Rosaleda tronó contra su figura y no tuvo lugar el cambio. Dio la sensación de que se echó atrás (él técnico lo negó después). Las de la deportividad, con el escupitajo de Apoño a Ander Herrera y la acción de Forestieri, que se quedaba solo ante López Vallejo para marcar y acabó amonestado por tocar el esférico con la mano (él ni tiene mano de Dios ni ángel de la guarda). Y las de la justicia deportiva, pues el Zaragoza no obligó a Munúa ni a una parada (marcó el penalti Ewerthon y luego Lafita chutó al palo en el minuto 92). Un caos en toda regla.

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